Septiembre – Daniel Freidemberg

Lentas bestias pesadas (el tránsito): Ayacucho y
Corrientes, a las nueve y media
de la mañana, y llueve.
No sé a quién, gracias por estar acá. Brisa en la lluvia
y atrás de mí, en la tibieza, la lámpara: gracias.
Ramas de fresno que agita la brisa, papel mojado y
cáscara de naranja en la alcantarilla, y hojas.
Rojas las letras de la palabra “farmacia”,
ropa enfrente en el balcón, la azalea y el balde
(rojo) en el balcón, mojados. Y el rugir al fondo
de animales grandes: como manadas
el tránsito apiñarse vi, o el tiempo, y pasar.
Y el tránsito apiñarse vi, o el tiempo, y pasar.
Gotas (11:45) en una ventanilla, el
zumbar de un motor
acompasando el gran rumor que cae,
inmerso todo, la calle y los árboles, en
las veladuras de un esbozo en gris.
Brillo en los techos de los autos mojados, gente
antreverándose al viento y las gotas,
en movimiento –autos, viento, gotas–, efímeros,
cada uno en su ritmo y a su modo, otra vez.
Cielo en el agua del asfalto, entrevisto,
de acero el cielo y el asfalto, lustrosos,
y ahí en los cielos y el asfalto, la lluvia:
Sobre los  techos y los campos, la
lluvia, sobre las almas
de los vivos y los muertos,
venida desde el principio del tiempo,
lluvia en el mundo
antes de la  palabra “lluvia” y después, deshaciéndose
en el encuentro con todas las cosas, y volviéndose a hacer.

Septiembre (II)

Pescados abiertos
bajo la luz dicroica, y
más acá el vidrio y,
en el vidrio, ramas,
como el vidrio, mojadas,
contra un cielo blanco.
Septiembre y llueve
como para siempre.
Tiembla, a ratos, el vidrio
con las ráfagas,
las ramas tiemblan mucho más.

Septiembre (III)

Pescados abiertos bajo la luz dicroica, un cartel,
barro en los sitios donde las baldosas faltan,
un barro como de piel de gliptodonte, un agua
lanzada al fin a devolver todo a algún orden
que hace ya tiempo el universo olvidó.
Muda oración a todo, a nada, ¿el poema?
Recién nacidas las hojas de los plátanos.

Septiembre (IV)

Barro de piel de
gliptodonte, de
cuero marrón, de pampa,
marrón, de toldo
tirado abajo y hueso
carbonizado. Blando y marrón,
barro en el cuadro
en el que faltan las baldosas
y en torno el orden de la lluvia, otra vez.

Septiembre (V)

Y en torno el ruido de la lluvia, otra vez

Septiembre (VI)

Como de piel de gliptodonte, barro,
de olor a caballo sudoroso, de orín de guanaco,
de chorro de sangre después de la lanza, de fusilazo,
de pólvora y teros que alzan vuelo, de cangrejal,
de talón desollado y humo al atardecer,
de inundación, de hebras mascadas de tabaco,
de postillones, refucilo y zanjas
cubiertas con estampida de vacas, de silencio también,
de matadero, sí, y venganza, de hacerlo bailar,
de vaho que sale de la bosta, de toda la Vía Láctea
de un punto al otro del horizonte, de silencio, sí,
y a ratos el rumor de los grillos: barro.

Septiembre (VII)

Parece que no se extinguieron: los mataron los indios,
como mataron a los perezosos gigantes,
y después fueron muertos ellos, los indios
(o desplazados, o domesticados),
para traer eucaliptos, gorriones y vacas.
De vez en cuando, uno de los enormes caparazones surge
al cavar una zanja:
algo de pronto choca, algo resiste la pala, y hay que parar,
sacarlo de entre los terrones despacio. Esto que ves acá,
sobre la cepeú, al lado del parlante, es un trozo,
como venido de otro mundo, parece piedra, ¿no?

Septiembre (VIII)

Lentos, pesados, como gliptodontes,
esperando el semáforo,
para después, de un solo golpe, arrancar
cargando el aire de una ronca tensión,
apretarse, obturarse, acelerar:
música bárbara
del fin de los tiempos.
¿Habrá un fin? ¿Habrá tiempo
para pensar el fin, al fin? ¿Música vana?
Formas ahí pasan, quién sabe por qué, y pasan.

Septiembre (IX)

Pusieron eucaliptos, gorriones y vacas
Y, unos kilómetros más acá, baldosas,
pero se rompen las baldosas y hay barro.

Septiembre (X)

con polvo de
caparazón de gliptodonte,
fue hecho el barro,
con polvo de
hueso molido de indio,
de cuero quemado, se hizo
eso que sale ahí,
medio lustroso bajo la lluvia, marrón,
ahí donde estaba y se rompió lo que pusieron
para pasar sin molestias ni manchas,
ahi donde lo que estaba se rompió,
dispuesto a enfangarnos.

Septiembre (XI)

Como el subsuelo de,
lo que se levanta, la Patria,
lo que sale igual
ni bien se rompe una
costra (depositada), el fango,
sin nombre, sin nada.

Septiembre (XII)

Sin nombre, el fango
de la Patria: la Patria.

Septiembre (XIII)

Ondulan, se
deshacen
y
se vuelven a hacer
las ramas,
después de
que llovió, en el agua.

Septiembre (XIV)

Piedra parece, ¿no? Hueso es,
o trozo de piel coriácea, antes fue
minúscula materia gelatinosa
que se alguna vez partió en dos, y volvió a duplicarse
miles de veces, no sé, osificándose fue, y
se puso a andar
con movimientos grandes y pesados
y el viento encima y los refucilos y el agua:
desde una punta a la otra re de la fucilos pampa,
que no era pampa todavía, otra materia sin nombre.

Septiembre (XV)

Tiemblan las hojas,
con el viento, del fresno, y
las hace y deshace
su reflejo en el agua.

Septiembre (XVI)

Hace y deshace la
sombra del fresno
el viento en el agua.

Septiembre (XVII)

Lentos animales pesados: a veces
dejan pasar a alguien, corriendo, a veces
se superponen, centímetro por centímetro,
braman, rezongan, buscando ventaja. A veces
se sueltan como por encanto y fluyen
igual que las hojas en la superficie del agua,
a veces se atascan. El mundo entero se atasca, a veces,
el mundo entero a veces brama, enredado en sí.

Septiembre (XVIII)

Esto que ves aquí rugiendo es
la época, en marcha:
modos de transportar, de abrirse paso,
de ensordecer, de aislar,
de hacer de lo mucho y
diverso, una masa,
unida a la fuerza, hostil
cada parte con la otra, y
toda en la misma dirección,
tumba y chatarra.

Septiembre (XIX)

Esto que, por decirlo así, llamamos
“mundo”, este intercambio
de posiciones, de velocidades,
con algún fin. ¿Y en caso de que no ande
bien el motor? ¿Si a esa velocidad
no funcionás? ¿Si te quedás quieto?
Te chocan, te abollan, te
dejan a un costado, te aplastan.

Septiembre (XX)

Si mirás al costado
de la gran corriente, a
dos o tres metros
de lo que, hacia adelan-
te, avanza, la ves:
la rama del fresno en la lluvia.

Septiembre (XXI)

Un movimiento apenas, la
rama del fresno, en
un orden,
por un momento, del
universo, en la lluvia.

Septiembre (XXII)

¿Cómo una música?
Sí, como una música.
¿Tanto depende? Sí.

Septiembre (XXIII)

Como al compás
de la
música del
mundo, la rama
del fresno en la lluvia.

Septiembre (XXIV)

“Sapitos”, yo llamaba “sapitos” a esos globos
que hace la lluvia al dar contra el agua
quieta, como esta que se juntó en la acera. El cielo
tiene que estar nublado, el ruido al caer
tiene que ser constante. Los motores
como un rumor en torno del rumor del agua,
¿Sapitos? ¿Por qué “sapitos”? No sé.

Septiembre (XXV)

Girar de hojitas en la corriente, gráciles

Daniel Freidemberg nació en 1945 en Resistencia (Chaco) y reside en Buenos Aires desde 1966. Libros de poemas: Blues del que vuelve solo a casa, Diario en la crisis, Lo espeso real, La sonatita que haga fondo al caos (antología personal), Cantos en la mañana vil y En la resaca. Ensayo y crítica: La poesía del 50, La palabra a prueba y Cómo se escribe un poema (en coautoría con Edgardo Russo). Tiene una amplia obra crítica publicada en revistas, suplementos culturales, prólogos de libros y ensayos incluidos en libros y es autor de una veintena de antologías de poesía. Cofundador de la revista trimestral Diario de Poesía, en 1986, integró su consejo de dirección hasta 2005. Dirige la colección de poesía “Musarisca” de Editorial Colihue.